“Me llamo Antonio, pero me dicen “malú” me gusta la marihuana y la piedra, pero me están matando, siento que los fantasmas me persiguen, ya no quiero fumar más…mi vida es una tristeza; no tengo familia. Yo le digo a los chamacos que no prueben esta vara porque cuando se apodera de uno es muy feo, uno lo pierde todo”.
Esta es la propia narración de “Malú” un hombre que vive en las entrañas de la Zona Roja en San José y quien suma 17 años de recorrer las calles con los pies descalzos. Lo triste, preocupante y desgarrador es que se sabe hay 4146 personas que viven en la misma condición que este vecino de las aceras josefinas.
Realidad:
Cuando caminamos por las calles basta con alzar la mirada y observar los miles de rostros de los transeúntes que nos acompañan, caminantes de la vida tan diferentes y únicos como cada una de sus facciones. Libros de historias y aventuras andando en busca de escribir un nuevo relato.
Son muchas las historias de las personas que nos encontramos en los diferentes rincones de nuestro país, historias que se relatan y tienen lugar en espacios que hoy conocemos como barrios comunidades o ciudades, aquellas zonas urbanas donde se concentra una mayor cantidad de personas de un país, de la cabecera de una provincia, o bien, el distrito primero de un cantón.
Es usual, que las personas busquemos las ciudades por afán de encontrar mejores oportunidades laborales, académicas, de desarrollo y oportunidades personales; movilizarnos con un libro en blanco para llenarlo con la vivencia de aquellos sueños de infante. Es así como nos desarrollamos en un universo, habitado por una variedad de personas que en su unicidad conviven de forma tan cercana, que nos permite en cada esquina conocer costumbres, escuchar vivencias y vivir historias.
Cada persona con su historia nos relata un sinfín de aventuras, algunas con las que reímos y otras nos hacen llorar. Dentro de este universo nos encontramos a plena luz historias de vivencias que con asombro y si nos permitimos escuchar, estaríamos inmersos en un libro que con tantos eventos nos parecería mera ficción.
Estas personas con las que compartimos las ciudades a quienes observamos como caminantes por las esquinas y parques, personas tan iguales y tan diferentes, cuya única diferencia se ha marcado por las oportunidades, los recursos y las condiciones de vulnerabilidad en las que se han escrito sus vivencias.
Vivencias tan diferentes, que nos recuerdan que no todos despiertan bajo las mismas condiciones, hay quienes se despiertan y su mañana inicia con objetivos claros, metas, compromisos y hasta obligaciones. Algunos se apresuran por llegar a su trabajo, a su centro de estudios, sea escuela, colegio o universidad, otros su premura viene por terminar los compromisos y disponerse a descansar. Pero existen otras realidades, que, al conocerlas, parecen guiones de películas de terror, se ven tan lejanas a algunas nuestras realidades masa cotidianas y comunes, tan lejanas que las negamos, no las aceptamos, nos parecen absurdas y fuera de lugar.
Es así como se describe una vida en la que el apuro del día no tiene que ver con llegar temprano, sino en llenarse de fortaleza para iniciar una ardua caminata por las aceras, calles y basureros en busca de comida, abrigo, baño o compañía. Es así como la vida de las personas en situación de calle se vive día con día, es un arduo caminar que no se termina, se va de un lado a otro sin rumbo fijo, sin un “puerto” seguro a donde llegar.
Estas personas que habitan las calles de los centros urbanos, no solo deben velar diariamente, por conseguir como satisfacer sus necesidades fisiológicas y sobrevivir un día más en medio de la intemperie, de la incomprensión, la soledad y el rechazo. Además, hay que enfrentar al mayor reto, otro desafío; los estigmas, prejuicios, la discriminación e incluso los maltratos por parte de la misma sociedad.
Las situaciones discriminatorias, son la realidad de todos los días; una discriminación que parte desde las etiquetas sociales y se alimentan de mitos, prejuicios y desinformación, dando parte a colocar términos para encasillar y llamar algo que veo tan lejano y separado de mí, para aquello que parece la vivencia de un ser de otra especia que no siente y piensa como yo.
Es un contexto tan ajeno para quienes en su aventura de vida ya han perdido la empatía, para quienes ven los pies descalzos con desinterés y rechazo. Llamando con adjetivos deshumanizantes como: “vagabundos, piedreros, borrachos e indigentes”, términos despectivos en los que los encasillamos a estas personas que son tan humanos como usted y como yo.
Personas con historias cuya única diferencia, sin importar al grupo etario al que pertenecen, son los factores de vulnerabilidad al que estuvieron, están y estarán expuestos, vidas expuestas a condiciones más severas, más inhumanas, más crueles y más marcadas por la exclusión.
Aunque parezca esto un relato de ficción, es una realidad que se observa en Costa Rica, y que además en la actualidad representa una de las mayores manifestaciones de la exclusión social. Formando así, parte de una problemática social y de muchas otras visiones; que van desde el ámbito laboral, de salud, económico y académico. Y es que muchas veces olvidamos que somos parte de un todo, no vemos el mundo externo y no nos detenemos a pensar que las personas que hoy se enfrentan a esta realidad puede ser un familiar, un amigo, un excompañero… un hermano que vive bajo el mismo cielo.
Esta es la realidad que viven 4146 personas, según reportó el Instituto Mixto de Ayuda Social (IMAS) en 2021. De esta cifra total de personas en situación de calle, el 91% son hombres y 9% son mujeres, que, aunque este número poder verse exagerado, esta cantidad representa únicamente aquellas personas que atendió el IMAS desde la Política Nacional de Atención Integral a las Personas en Situación de Calle 2016-2026, por lo que la realidad podría ser representada con un número mucho más alto.
4.146 personas que todos los días despiertan en un lugar muy poco parecido a una cama, una cantidad que refleja hambre, necesidades no cubiertas, abandonos e incluso 4.146 personas que no ha podido utilizar un baño, cosas que para muchos de nosotros son tan cotidianas que poco vemos lo necesarias que son.
Además, las personas en situación de calle sufren de constantes pérdidas de vínculos y redes de apoyo, retirándose de su familia, grupos de pares, trabajo, entre otros. Dejan su vida sin arraigos, sin afecto, sin sentido de pertenencia, pero lo más cruel aparte de las pérdidas materiales y afectivas, es la pérdida de identidad, de esa persona aventurera soñadora que anhelaba un espacio para llenar sus vivencias con el logro de lo que alguna vez soñó.
Esta situación vista como una problemática socio sanitaria, y desde un contexto social, despierta las alarmas y el deseo de brindar atención en el IAFA, institución del Estado costarricense que mantiene las puertas abiertas para ofrecer tratamiento a aquellas personas que, aunado a su situación de calle, utilizan sustancias psicoactivas como alcohol, tabaco, marihuana, cocaína, crack y otras drogas.
Este deseo abre las puertas del IAFA y también la cordial bienvenida de sus funcionarios para quienes ponemos a la disposición de las personas en situación de calle todos los servicios que se ofrecen desde esta institución, tanto en el Proceso de Atención a Pacientes, desde Casa JAGUAR en las oficinas centrales, así como en los 14 Centros de Atención Integral en Drogas ubicados en todo el país; servicios a disposición de quien lo desee y sin ningún costo económico.
Servicio que viene a incluir un aporte al gran esfuerzo que se realiza desde distintos marcos institucionales, acompañando desde el ofrecimiento de un tratamiento multidisciplinario e integral, a otras soluciones que se realizan tanto desde el sector público por medio de políticas, programas, proyectos y leyes que protegen los derechos de estas personas. Así como desde lo privado con aquellas organizaciones de personas esforzadas que luchan para ofrecer un poco de humanidad a estas personas, cuya única diferencia es su situación actual, pero no sus necesidades, sus intereses, o sus derechos.
Estas son acciones que permiten hoy la ubicación de espacios de orientación, escucha, centros diurnos de convivencia, dispositivos como centros dormitorios o de baño y organizaciones para las que el alimento, es más que una necesidad.
Todos estos esfuerzos realizados y los que vendrán, tratan de mitigar los daños de tales situaciones, pero también pretenden dignificar la humanidad de quienes hoy se encuentran en esta situación tan dolorosa, permitir que estos nobles soñadores vuelvan a llenar sus vidas de aventuras con dignidad y acompañadas de sonrisas.
Desde el IAFA, además, comprendemos que esta problemática no solo afecta a la persona consumidora, también a su red de apoyo. Es por esto, que como persona familiar también puedo obtener información y orientación en caso de que lo requiera y en este sentido el IAFA también cuenta con Choza Esperanza, una móvil que recorre distintas comunidades y se ubica/estaciona usualmente frente a parques cantonales, con profesionales para ofrecer abordajes preventivos y de atención con espacios de escucha, orientación e intervención breve a personas con trastornos asociados al consumo de sustancias psicoactivas y apoyo a sus familias.
Que además contamos con información importante y relevante desde nuestra página web al acceso de quien quiera conocer hoy sobre el consumo de sustancias psicoactivas, y así tomar decisiones más consientes hacía una vida más saludable.
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